¿Shakespeare fumó marihuana? Lo que dicen los estudios sobre esta teoría storica

¿Shakespeare fumó marihuana? Lo que dicen los estudios sobre esta teoría storica | JustBob

El enigma «botánico» del Bardo: una investigación científica entre la literatura y… la espectrometría de masas

En el imaginario colectivo, William Shakespeare se sienta ante su escritorio de roble, con una pluma de ganso en la mano, iluminado por la luz titilante de una vela, mientras compone versos que traspasarían los siglos. Rara vez nos paramos a imaginar qué sustancias podrían haber acompañado aquellas largas noches de creación artística. La reciente teoría de que el mayor dramaturgo de la historia inglesa podría haber consumido marihuana para estimular su creatividad ha dividido al mundo académico.

Todo comenzó cuando un equipo de investigadores sudafricanos decidió aplicar modernas tecnologías de investigación a antiguos hallazgos arqueológicos procedentes directamente del jardín del poeta en Stratford-upon-Avon. El descubrimiento de residuos botánicos inesperados en pequeños objetos de uso cotidiano ha abierto una ventana inédita a los hábitos privados de la Inglaterra isabelina.

La pregunta es sencilla, pero abre un universo: en una época en la que llegaban nuevas plantas del Nuevo Mundo, trayendo consigo promesas de curas milagrosas y alteraciones sensoriales, ¿es plausible que un intelectual curioso como el Bardo experimentara sus efectos?

En este artículo hablaremos del estudio científico que ha detectado restos de cannabis en las pipas del poeta, analizaremos las posibles alusiones ocultas en sus sonetos y compararemos la realidad histórica del cáñamo isabelino con la ciencia moderna de los cannabinoides. Nuestro viaje nos llevará desde los laboratorios de Pretoria hasta los jardines de Warwickshire, en un intento por resolver uno de los «casos sin resolver» literarios más fascinantes de la historia. Hoy en día, cuando en algunos países se está estudiando el potencial del cannabis sin THC, gracias a las propiedades del CBD, indagar en el pasado para descubrir los posibles hábitos de quienes dejaron huella en la historia es siempre una aventura fascinante.

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La ciencia detrás de las pipas de Stratford

El núcleo de la controversia radica en un estudio publicado en 2015 en la prestigiosa revista South African Journal of Science, dirigido por el profesor Francis Thackeray, del Instituto de Estudios Evolutivos de la Universidad de Witwatersrand, en colaboración con el químico Nicholas van der Merwe y el inspector Tommy Lorenzen, de la policía sudafricana. El objetivo del equipo era ambicioso: analizar los residuos orgánicos atrapados en la matriz porosa de veinticuatro fragmentos de pipas de arcilla, cedidos por el Shakespeare Birthplace Trust, hallados durante las excavaciones arqueológicas en el yacimiento de New Place, la última residencia de Shakespeare, y en otras zonas cercanas a Stratford-upon-Avon.

Para obtener resultados fiables en muestras de cuatrocientos años de antigüedad, los investigadores utilizaron una sofisticada técnica analítica conocida como cromatografía de gases acoplada a espectrometría de masas (GC-MS). Este método permite separar mezclas químicas complejas en sus componentes moleculares individuales e identificarlos con extrema precisión en función de su relación masa/carga. En términos sencillos, la cromatografía de gases vaporiza la muestra y separa sus elementos, mientras que el espectrómetro de masas los «pesa», devolviendo una especie de firma química única para cada sustancia.

Los resultados de los análisis sorprendieron a los investigadores: de los veinticuatro fragmentos analizados, ocho dieron positivo en trazas químicas de cannabis. Lo que hizo que el descubrimiento fuera aún más significativo fue el origen de estas muestras positivas: cuatro de ellas procedían directamente del jardín de Shakespeare en New Place. Las pipas, identificadas como modelos de principios del siglo XVII, contenían residuos inequívocos de cannabinoides, lo que sugiere que alguien había fumado cáñamo.

Además del hachis, los análisis revelaron la presencia de nicotina (derivada del tabaco norteamericano), pero también trazas de alcanfor, ácido mirístico (un componente de la nuez moscada con posibles efectos psicotrópicos) y, lo que es aún más extraordinario, residuos de cocaína derivados de las hojas de coca peruana, aunque las pipas que contenían trazas de cocaína no procedían del jardín de Shakespeare, sino de otras zonas de Stratford.

Shakespeare y la marihuana: interpretación de los datos y contexto arqueológico

Para interpretar correctamente estos datos, hay que tener en cuenta el contexto arqueológico. Las pipas de arcilla del siglo XVII eran objetos de consumo rápido, que podemos comparar con los productos desechables modernos. Eran baratas, frágiles y, a menudo, se tiraban una vez rotas u obstruidas. El hecho de encontrarlas en el jardín de una casa no garantiza que pertenecieran al propietario de la vivienda; podrían haber sido dejadas por invitados, sirvientes o incluso tiradas por encima del muro de la propiedad por transeúntes. Sin embargo, la concentración de pipas con residuos de cannabis precisamente en la propiedad del Bardo, en contraposición a la ausencia de cocaína en el mismo lugar, ha permitido al paleoantropólogo Francis Thackeray trazar un perfil de comportamiento.

Según el estudioso, Shakespeare podría haber preferido consumir cannabis en lugar de las «drogas duras» de la época, como la cocaína. La presencia de cocaína en Inglaterra tan temprano es en sí misma una revelación histórica, lo que sugiere que las rutas comerciales abiertas por exploradores como Sir Francis Drake habían introducido las hojas de coca de Sudamérica mucho antes de lo que se pensaba.

Si Shakespeare conocía estas sustancias exóticas, su decisión de limitarse a la marihuana (o, mejor dicho, al cáñamo de la época) podría reflejar un conocimiento de los diferentes efectos que estas plantas tenían sobre la mente y el cuerpo. La ciencia, por lo tanto, nos ofrece una instantánea de un momento histórico en el que Europa estaba descubriendo y experimentando con un vasto arsenal de sustancias procedentes del Nuevo Mundo, y sugiere que el jardín de New Place fue escenario de estos experimentos botánicos.

Shakespeare y la marihuana: una imagen evocadora | JustBob

La Inglaterra isabelina y la revolución botánica

Para evaluar la plausibilidad de la teoría de Thackeray, debemos viajar a la Inglaterra de finales del siglo XVI y principios del XVII, una época de grandes exploraciones. Además de grandes riquezas, figuras como Sir Walter Raleigh y Sir Francis Drake trajeron a su patria plantas desconocidas que cambiaron los hábitos europeos. El tabaco (Nicotiana tabacum), introducido desde Virginia, se convirtió en una moda tan arrolladora que el rey Jacobo I escribió el famoso tratado A Counterblaste to Tobacco para condenar su uso, calificándolo de repugnante, dañino y peligroso.

En este clima de apertura hacia lo «nuevo», el cáñamo (Cannabis sativa) ya desempeñaba un papel central, sobre todo en la industria: era la base del poderío naval inglés, con velas y cuerdas de los barcos de la Armada Invencible fabricadas con fibra de cáñamo, hasta tal punto que Enrique VIII impuso multas a quienes no lo cultivaban.

Sin embargo, sus propiedades medicinales y psicoactivas no eran desconocidas. Herbarios como The Herball or General Historie of Plants, de John Gerard (1597), la describían con precisión y, aunque se elogiaban sobre todo sus fibras, la experiencia popular y los conocimientos aportados por los marineros que regresaban de Oriente o África pudieron haber difundido el uso de fumar sus flores u hojas secas. En una época en la que no existían clasificaciones farmacológicas rígidas, no es improbable que los intelectuales y los artistas experimentaran con cualquier hierba que prometiera aliviar el dolor, la melancolía o el estancamiento creativo.

Las obras de Shakespeare: «The Noted Weed» y los sonetos

La ciencia proporciona los datos, pero es la literatura la que proporciona las pistas interpretativas. Francis Thackeray relacionó los resultados de la cromatografía de gases con pasajes específicos de la obra de Shakespeare que, leídos bajo esta nueva luz, adquieren significados intrigantes.

El punto central de este análisis es el Soneto 76: en este poema, Shakespeare se pregunta sobre su propio arte, preguntándose por qué sus versos carecen de variedad y nuevas modas. De hecho, el bardo escribe:

«Why write I still all one, ever the same, / And keep invention in a noted weed»

La traducción académica tradicional interpreta «noted weed» como «traje familiar» o «vestimenta conocida», una metáfora para referirse al estilo literario que el poeta viste constantemente. Sin embargo, Thackeray sugiere una lectura más literal y atrevida: «weed» como hierba, planta.

Según esta última interpretación, Shakespeare estaría admitiendo que mantiene su «invención» (la creatividad, la inspiración) gracias a una «hierba conocida», es decir, el cannabis. En el mismo soneto, el poeta afirma que quiere evitar «compounds strange» (compuestos extraños), que Thackeray relaciona con las drogas más potentes y quizás peligrosas, como la cocaína encontrada en otras pipas de Stratford. Es una lectura sugerente que convertiría el soneto en una confesión encriptada sobre las fuentes de su inspiración.

Otros estudiosos han buscado rastros similares en el Soneto 27, que describe un viaje mental nocturno mientras el cuerpo está cansado, o en las palabras de Otelo, que habla de «drowsy syrups» (jarabes que inducen somnolencia). Aunque la comunidad literaria ortodoxa se mantiene escéptica, prefiriendo las metáforas de sastrería, la coincidencia entre las palabras del poeta y los residuos químicos de su jardín crea un fascinante cortocircuito entre el texto y la realidad material.

La «décima musa» y los hábitos de los contemporáneos de Shakespeare

La teoría de Shakespeare como «fumeta» ha alimentado una corriente de curiosidad que va más allá de los simples rumores históricos. Si el Bardo utilizaba el cannabis como «décima musa», no habría sido el único en la historia del arte en buscar inspiración en sustancias que alteran la mente.

La particularidad radica en el hecho de que el consumo de marihuana para fumar, en la Europa del siglo XVII, se consideraba una anomalía cultural, asociada principalmente a viajeros o prácticas exóticas. El descubrimiento de Thackeray sugiere que existía una especie de subcultura clandestina en Stratford-upon-Avon, donde la élite literaria o mercantil tenía acceso a artículos de lujo importados de rutas lejanas. Imaginar a Shakespeare y a sus contemporáneos, como Ben Jonson o Christopher Marlowe, reunidos no solo alrededor de jarras de cerveza como una especie de Club des Hashischins ante litteram, sino también de pipas de arcilla cargadas de hierbas exóticas, reescribe la dinámica social de las tabernas isabelinas.

Otro aspecto curioso que surgió de los análisis es la presencia de alcanfor y borneol. Estas sustancias, que hoy en día se utilizan principalmente en ungüentos balsámicos, probablemente se añadían a las mezclas para fumar por sus aromas penetrantes y refrescantes, o tal vez para enmascarar el olor acre del cannabis o del tabaco de mala calidad.

Este detalle nos habla de una atención que podríamos definir como «alquímica» a la preparación de la «pipata» perfecta, un ritual de mezcla que denota una cultura del tabaco bastante sofisticada. La presencia de ácido mirístico (nuez moscada) es igualmente fascinante: la nuez moscada en dosis elevadas es un conocido delirante, pero también es extremadamente tóxica y desagradable. Encontrarla en una pipa sugiere intentos desesperados o aventureros de alcanzar estados alterados con lo que se encontraba en la despensa, una práctica que denota una búsqueda activa de experiencias psicoactivas.

Shakespeare y la marihuana: imagen de ejemplo | JustBob

El bardo y la marihuana: el escepticismo de los historiadores y las posibles alternativas

A pesar del entusiasmo de los medios de comunicación, muchos historiadores expresan serias dudas sobre la hipótesis de que el autor de Romeo y Julieta fumara marihuana.

La crítica principal se refiere a la datación y las posibles contaminaciones: las pipas de arcilla son porosas y los residuos de cannabis podrían haber penetrado en la cerámica no porque Shakespeare fumara, sino por la contaminación del suelo en el que los objetos permanecieron enterrados.

También es posible que, en épocas posteriores, alguien haya cultivado cáñamo en ese jardín o haya dejado allí materiales orgánicos que luego se filtraron en el suelo. Thackeray afirma haber analizado los residuos internos y limpiado cuidadosamente la superficie externa, pero la duda, desde el punto de vista científico, permanece, al igual que la incertidumbre a la hora de atribuir a una persona específica los objetos encontrados en un jardín.

Algunos recuerdan además que el uso textil del cáñamo estaba tan extendido que podía dejar rastros en todas partes, incluso en las pipas, sin implicar un consumo intencionado. Quizás quienes trabajaban con cáñamo fumaban tabaco con esas pipas y sus manos impregnadas de resina contaminaron la arcilla. Estas hipótesis, menos sugerentes que la imagen del poeta que encuentra inspiración en «una hierba conocida», son sin embargo necesarias para mantener un enfoque equilibrado. La historia nunca es clara, sino que está llena de matices, en este caso no solo grises, sino también… verdes.

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Shakespeare y la marihuana: un misterio que fascina

La investigación sobre los residuos en las pipas de Stratford-upon-Avon nos deja con un panorama fascinante, pero no definitivo. La ciencia, a través de la cromatografía de gases y la espectrometría de masas, nos ha proporcionado una prueba irrefutable: en el jardín de William Shakespeare, en el siglo XVII, había pipas que contenían residuos de cannabis. Esto es un hecho. Deducir de ello que el autor de personajes inolvidables como Hamlet escribiera sus obras maestras bajo los efectos de la marihuana es, obviamente, un salto lógico que la ciencia no puede dar con absoluta certeza.

Sin embargo, la combinación de datos forenses, el contexto histórico de las exploraciones y las relecturas textuales de los sonetos hacen que la hipótesis sea plausible y históricamente coherente. Al igual que otros personajes históricos, Shakespeare vivía en un mundo en rápida transformación, ávido de novedades y descubrimientos, y no sería sorprendente descubrir que su curiosidad intelectual se extendiera también a la botánica psicoactiva.

Esta historia nos enseña la importancia de abordar la historia sin prejuicios, utilizando todas las herramientas que la tecnología moderna pone a nuestra disposición. Del mismo modo, nos invita a mirar la planta de cannabis con ojos libres de estigmas modernos, reconociendo su complejo papel en la historia de la humanidad.

Hoy en día, la distinción entre el uso de sustancias ilegales y el uso farmacéutico de productos derivados del cáñamo que no contienen trazas de THC es fundamental. Realidades como Justbob ofrecen productos como el aceite de CBD destinados únicamente a uso técnico, coleccionismo o investigación. El uso de productos farmacéuticos en los países donde la ley lo permite debe realizarse únicamente con receta médica.

En conclusión, tanto si Shakespeare fumaba o no la «noted weed», su genio permanece intacto. Si el cannabis desempeñó un papel en su «invención», fue solo uno de los innumerables ingredientes de una mente extraordinaria, capaz de absorber todos los aspectos de la vida humana, desde las pasiones más elevadas hasta los hábitos más terrenales, y transformarlos en arte que trasciende los siglos.

La ciencia seguirá investigando y, tal vez, algún día, nuevas excavaciones o nuevas tecnologías nos den la respuesta definitiva. Hasta entonces, podemos seguir leyendo sus sonetos y preguntándonos qué secretos se esconden aún entre los versos del Bardo inmortal.

Shakespeare fumó marihuana: takeaways

  • La espectrometría de masas ha aislado firmas químicas inequívocas de cannabinoides en pipas del siglo XVII encontradas en New Place, lo que confirma la presencia física de la sustancia en el jardín del poeta y transforma la hipótesis de la experimentación botánica de una simple especulación literaria a una práctica concreta, arraigada en el contexto de los nuevos descubrimientos geográficos de la época isabelina;
  • La combinación de las pruebas forenses y el análisis textual del Soneto 76 respalda una relectura literal de la expresión «noted weed» como posible indicio biográfico. El patrón de consumo, que excluye la cocaína encontrada en otros lugares de Stratford, sugiere una selección consciente de sustancias psicoactivas, funcional al proceso creativo y sin las derivas de las drogas duras, lo que perfila un perfil de consumidor atento;
  • La interpretación del conjunto de datos exige rigor metodológico, teniendo en cuenta factores distorsionadores como la porosidad de la cerámica y las posibles contaminaciones del suelo que podrían haber alterado las muestras. Aunque la ciencia certifica la presencia de la molécula, la atribución del consumo a Shakespeare sigue siendo una correlación estadística no causal, lo que requiere filtrar el «entusiasmo» por el descubrimiento;

Shakespeare fumó marihuana: FAQ

¿Existen pruebas científicas de que Shakespeare fumaba marihuana?

Sí, un estudio de 2015 realizado por la Universidad de Witwatersrand analizó pipas de arcilla del siglo XVII encontradas en el jardín de Shakespeare. Mediante espectrometría de masas, se detectaron residuos químicos de cannabis en cuatro de estas pipas, sugiriendo la presencia de la planta en su entorno, aunque no se puede confirmar si él la consumía personalmente.

¿Qué indicios literarios conectan a Shakespeare con el cannabis?

La teoría se apoya en una interpretación del Soneto 76, donde Shakespeare menciona mantener su creatividad en una “noted weed” (hierba conocida) y rechaza “compuestos extraños”. Investigadores como Francis Thackeray sugieren que esto podría ser una alusión críptica al uso de cáñamo para la inspiración y un rechazo a drogas más fuertes como la cocaína.

¿Por qué los historiadores dudan de los resultados del estudio sobre las pipas?

El principal argumento escéptico es la posible contaminación. Las pipas de arcilla son porosas y podrían haber absorbido residuos del suelo o de cultivos de cáñamo textil posteriores. Además, el hecho de encontrar pipas en un jardín no garantiza que pertenecieran al dueño de la casa, ya que eran objetos desechables comunes en la época.